Ser coach es abrir espacio para que emerjan las respuestas que ya habitan en el otro

Coaching ejecutivo: el liderazgo como recorrido, no como destino.

El reto de ser coach ejecutivo no está en dominar una técnica ni en aprender fórmulas para la conversación. El verdadero desafío está en lo invisible: sostener la presencia, conectar de manera genuina, confiar en el silencio, resistir la tentación de aconsejar o dirigir, y creer profundamente en que el otro tiene la sabiduría que necesita y está dispuesto a crecer.

Implica cultivar una presencia plena:

- Estar presente, dejando a un lado mis propias voces internas para escuchar de verdad.

- Escuchar con todo el cuerpo, más allá de las palabras, reconociendo silencios, gestos, emociones.

- Sostener el silencio, porque ahí también aparece la claridad del coachee.

- Reconocer al otro, no desde la etiqueta o el rol, sino desde su humanidad y sus recursos únicos.

- Confiar en que el coachee tiene la sabiduría interior para encontrar su propio camino.

El coachee es el centro del proceso. Mi rol es acompañar, no dirigir; es invitar a mirar desde ángulos distintos, facilitar un espacio creativo, no imponer soluciones.

Para mí ha sido un ejercicio propio de mucho coraje, porque requiere soltar la necesidad de controlar y sostener el vacío que a veces trae la exploración profunda.

Al final, entiendo la profesión y el arte del coaching como la creación de un espacio seguro donde cada persona se descubre capaz de escribir su propio camino, su propia travesía. Un viaje sin punto final, porque quizás el mayor reto (¡y el mayor regalo!) está en el que cada paso invita a crecer, resignificar y volver a elegir cómo queremos liderar.

 
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